El concepto de auditoría energética se utiliza de una forma un tanto arbitraria para expresar diferentes niveles de estudio relacionados con el desempeño energético de una organización. Para unos consiste simplemente en un análisis de la facturación para optimizar los términos de contratación de los suministros, para otros en una evaluación de los sistemas consumidores y una serie de recomendaciones para reducir el consumo energético, para otros en un análisis exhaustivo de suministros, equipos, sistemas y procesos y una propuesta de acciones de mejora con su validación técnica y económica, … Y todo ello es válido y muy recomendable para cualquier organización, el problema es que sus expectativas muchas veces no se corresponden con el tipo de estudio contratado y el precio pagado.
El RD 56/2016, que requiere a las grandes empresas a realizar una auditoría energética cada cuatro años, era una gran oportunidad para aclarar este concepto y establecer unas directrices inequívocas sobre lo que debe ser una auditoría energética. La generalidad y ambigüedad con que se establecen dichas directrices han contribuido a generar una mayor confusión al respecto y a que muchas empresas, más preocupadas en cumplir con los términos del RD y evitar sanciones que en aprovechar los beneficios de una herramienta tan potente como la auditoría energética, hayan incurrido en un gasto que les ha aportado pocos o ningún beneficio económico.
Dejando de lado los aspectos legales y centrándonos en lo realmente importante, el beneficio económico y medioambiental derivado de una auditoría energética, las organizaciones deben tener claras cuales son sus necesidades y el tipo de estudio energético que precisan. Y para ello es muy importante el asesoramiento y profesionalidad del consultor o auditor al que se dirijan y que en el ámbito y alcance del estudio queden bien especificados los límites físicos, organizativos y técnicos del mismo.
Una vez definidos el ámbito y el alcance técnico de la auditoría, es fundamental la metodología a utilizar en el desarrollo de la misma. En este sentido, la herramienta en la que nos basamos muchos auditores para asegurar la profundidad y eficacia de la auditoría es la norma UNE-EN 16247, que define los requisitos que debe cumplir en sus diferentes fases: análisis, contabilidad energética, propuestas de mejora y elaboración del informe.
Y como conclusión a estas reflexiones me gustaría destacar los siguientes puntos:
- Existen diferentes tipos de estudio energético conocidos como auditoría energética
- Todos ellos son beneficiosos y recomendables para cualquier organización, dependiendo de sus necesidades y objetivos
- Su alcance, profundidad y metodología deben quedar bien definidos a priori
- Estos factores son los que determinarán el precio de cada tipo de estudio
- La competencia y profesionalidad del auditor es fundamental para la correcta elección del tipo de estudio que necesita una empresa.
Autor: Carles Carreras Liébanas, consultor y auditor freelance especializado en energía, sostenibilidad y sistemas de gestión / c.carreras@enersystems.es / enersystems.es